lunes, 1 de octubre de 2012

Encuentro con la policía de camino al Lago Tahoe

Tras nuestra estancia en Bishop, emprendimos el resto de viaje hacia el Lago Tahoe. Esta parte del recorrido fue más bonita, porque transcurría entre montañas y el paisaje era más verde.

Como era un día entre semana, la carretera estaba vacía, y uno sin querer le da alegría al coche. El hecho es que había un coche de policía escondidito, al más puro estilo Guardia Civil, en mitad de una recta cuesta abajo. Tras pasar por ahí, vimos que el coche salía del agujero donde estaba y nos seguía con las sirenas puestas, al más estilo peliculero. Tras unos momentos de nervios y tensión, ya seguros de que era por nosotros (no había muchos más coches) detuvimos el coche de forma más o menos aparatosa (con los nervios hice la frenada típica de cuando se te olvida que estás llevando un coche automático, es decir, pisar el freno buscando el embrague que no existe, y como a todos nos han enseñado que el embrague se pisa a fondo, pues la frenada consecuente suele ser bastante brusca). Como bien sabemos por las películas, una vez paras, tienes que quedarte bien quietecito en el coche, sin moverte y sin aspavientos. También es verdad que aquí los policías casi siempre van solos (sin pareja), con lo que tienen que tener especial cuidado, porque no tienen cobertura en caso de que la cosa se ponga chunga.

Resulta que íbamos a 79 millas por hora en lugar de 55, con lo que nos habíamos pasado un poquito. Tras hacernos (muy amablemente) una batería de preguntas sobre nuestra procedencia, destino e intenciones, y recibir nuestras contestaciones, con un poco de interpretación añadida por el hecho de ser extranjeros, no dominar demasiado los límites de velocidad de cada tipo de carretera y además estar de cumpleaños. 

Al final, el policía, que fue muy majete en todo momento, nos perdonó la multa, que no iba a ser pequeña y nos dejó seguir, diciendo que tuviéramos más cuidadito con el pedal de la derecha.

Así que tras este incidente, proseguimos el viaje pasando por parajes bastante bonitos, de los que destacó el Mono Lake, que no Monkey Lake (ya sabéis que aquí son muy de combinar el inglés con el español para los sitios), del que pongo foto abajo.

El Mono Lake
Se nos hizo la hora de comer española en el viaje, y decidimos parar a comer en el último pueblo grande antes de llegar al lago Tahoe, llamado Gardnerville Ranchos (again, la mezcla). Nos costó bastante encontrar el cogollo del pueblo, y una vez encontrado (más o menos) los sitios estaban cerrados. Nos recomendaron el casino del pueblo, pero lo descartamos, porque no tenía terraza y hacía mucho calor para dejar a la perra en el coche. Finalmente encontramos un mexicano (sí, otro), en el que nos trataron muy bien y tras hablar un poco de fútbol tras detectar nuestro claro acento de Albacete, hicimos una comida ligera, que esa noche teníamos cena molona.

Desde este pueblo al nuestro hotel en el Lago había poca distancia, con lo que llegamos enseguida, disfrutando de unas vistas muy chulas, porque para acceder al lago, había que ascender un buen puerto.

Llegamos a nuestro hotelito, el 7 seas inn, que nos sorprendió porque este sí que era totalmente pet friendly. Nos dejaron un cacharro y todo para el perro, que el que teníamos para el agua nos lo dejamos olvidado en el mexicano (desastritos que somos a veces). La habitación era un poco pequeña, pero también aquí podíamos apañar a la perra en el baño de forma más o menos confortable. El hotel resultó estar muy cerca del que estuvimos el año anterior, y tras dar un paseíto para estirar las piernas, nos fuimos a la super cena que había preparado Sandra en el restaurante Evans. La mujer del hotel nos dijo que no era fácil llegar pero que merecía mucho la pena.

Así que siguiendo las instrucciones de Google Maps (gran invento) llegamos sin problemas al restaurante a las 20:30 que era la última hora a la que hacían reserva. Cena con horario yankee, eso sí, esta vez, sí teníamos hambre gracias a la comida liviana que habíamos hecho.

El restaurante fue espectacular, en un sitio muy bonito, pequeño, con un servicio muy amable (nos pusieron un pastel con velita y todo), y encima, no fue caro. Excelente celebración de cumpleaños.

Sandra, muy contenta con su p(l)ato ¡Menudo pintón!
Tras la cena, como era pronto decidimos prolongar un poco la celebración y tomarnos una copita en un bar llamado Rojo's Bar. El sitio nos sorprendió agradablemente, porque tenía karaoke, como es lo habitual aquí, pero lo diferente fue que la gente cantaba bastante bien, con lo que se estaba a gusto (no como habitualmente, que tras las tres primeras canciones de berridos y desafines, te entran las ganas de irte).

Tras dos copitas en el Rojo, ya dimos por finalizado nuestro primer día en el Lago Tahoe, y también dimos por cerrado el larguíiiiisimo cumpleaños de Sandra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario