De nuevo, me he quedado unos cuantos días estancado con el blog, voy a ver si consigo recortar un poco la distancia temporal entre las entradas y la realidad.
El viernes, 27 de julio, como Sandra no tiene clase, decidimos ir al parque Griffith, que a mí me suena un poco como la escuela de Harry Potter.
El viernes, 27 de julio, como Sandra no tiene clase, decidimos ir al parque Griffith, que a mí me suena un poco como la escuela de Harry Potter.
Sandra ha investigado y parece ser que es uno de los parques urbanos más grandes de USA y además, este sí, admite perros.
El parque efectivamente es muy grande, y me recuerda un poco al concepto de la Casa de Campo, es decir, un parque que en muchos momentos no lo parece, sino que parece que estás en un monte por ahí.
Conseguimos un mapa bastante decente y nos ponemos en camino de hacer una ruta de aprxoimadamente 10 kilómetros. No hace mucho calor, pese a nuestras horas domingueras, y nos ponemos en marcha. Me da una pequeña pájara de bajada de azúcar, pero Sandra ha llevado unas manzanas, que siempre me funcionan de maravilla para equilibrar los niveles de azúcar satisfactoriamente. Curioso lo de la manzana. Es la fruta que mejor me sienta, y una de las que más pereza me da comer.
El parque en cuestión está muy bien, porque básicamente, es un monte en mitad de la ciudad, con lo que a medida que vamos avanzando en la ruta, obtemos unas vistas de lo más chulas. Eso sí, vemos una campana marrón que deja la que tenemos en Madrid en la categoría de aficionados. Es tal que pensamos que podría ser arena del desierto en lugar de contaminación.
Coronamos nuestro objetivo sin demasiado esfuerzo en ninguno de los componontes de la expedición, lo que en el caso de Ada, es de agradecer. Hacemos unas fotitos de las vistas de las diferentes partes de la ciudad y vemos que desde esta posición también se ve el cartel de Hollywood, pero queda bastante lejos para continuar la ruta, con lo que decidimos dejar esa ruta para otro día y emprender el camino de vuelta, pero de forma circular (es decir, sin volver por el mismo camino).
He de decir, que por regla general, los mapas que hay aquí de senderos, siempre están incompletos y aparecen siempre alternativas inesperadas que pueden llevarte a confusión, como nos pasó ya el día que hicimos la ruta de la gruta. Aquí, me pasó al principio de la ruta, pero luego ya aprendí la lección, y en lugar de confiar ciegamente en el mapa, empecé a mezclarlo con el sentido común, que suele fallar poco.
Así, llegamos de nuevo al cochecito, no sin antes pasar por un tramo inesperadamente difícil para la rodilla de Sandra (la de los ligamentos maltrechos), que está recuperando la fuerza a base de bien.
Dejo un enlace a las fotos que hicimos del parque y también el habitual para ver la ruta completa.
Emprendimos camino de vuelta con los habituales retenciones, pero tampoco demasiadas.
Después de la aventura, se nos ha hecho la hora de la merienda, sin haber comido, con lo que decidimos darnos un homenaje por Culver City.
Tras brujulear un poco por nuestro Downtown, vemos que el restaurante que habíamos pensado, el Fraiche (porque nos lo recomendó un paisano un día que queríamos comer una hamburguesa. Por ahí andará, en alguna entrada de blog pasada...) estaba cerrado, por lo que toca re-improvisar.
Tras pasar por delante de todos y analizar nuestros feelings, decidimos parar en un brasileño, llamado Libra, que le dió buen feeling a Sandra, en el que vimos desfilar una serie de piezas de carne que tenían muy buena pinta.
El resultado fue un éxito total, un poco carete, pero tampoco demasiado, teniendo en cuenta que era una barra libre de carne de excelente calidad, lo que se denomina un rodizio (concepto que yo desconocía hasta ese día, he de reconocer).
Con la barriga bien llena, y por tanto muy contentos, emprendimos el camino a casa, viendo en los bares la ceremonia de inauguración de las Olimpiadas que empezaban ese día y que pese a estar en diferido, aquí habían conseguido que pareciera puro directo.
Por cierto, a la vuelta, pasamos de nuevo por el Fraiche para ver porqué estaba cerrado, y de paso, cogimos un par de vasos que se habían dejado allí, abandonados en un mueble, para nuestros zumos matinales... Todavía no hemos perdido el espíritu español de "¡a casa, una piedra!"
El parque efectivamente es muy grande, y me recuerda un poco al concepto de la Casa de Campo, es decir, un parque que en muchos momentos no lo parece, sino que parece que estás en un monte por ahí.
Conseguimos un mapa bastante decente y nos ponemos en camino de hacer una ruta de aprxoimadamente 10 kilómetros. No hace mucho calor, pese a nuestras horas domingueras, y nos ponemos en marcha. Me da una pequeña pájara de bajada de azúcar, pero Sandra ha llevado unas manzanas, que siempre me funcionan de maravilla para equilibrar los niveles de azúcar satisfactoriamente. Curioso lo de la manzana. Es la fruta que mejor me sienta, y una de las que más pereza me da comer.
El parque en cuestión está muy bien, porque básicamente, es un monte en mitad de la ciudad, con lo que a medida que vamos avanzando en la ruta, obtemos unas vistas de lo más chulas. Eso sí, vemos una campana marrón que deja la que tenemos en Madrid en la categoría de aficionados. Es tal que pensamos que podría ser arena del desierto en lugar de contaminación.
Vista del downtown LA con la campana marrón incluída |
He de decir, que por regla general, los mapas que hay aquí de senderos, siempre están incompletos y aparecen siempre alternativas inesperadas que pueden llevarte a confusión, como nos pasó ya el día que hicimos la ruta de la gruta. Aquí, me pasó al principio de la ruta, pero luego ya aprendí la lección, y en lugar de confiar ciegamente en el mapa, empecé a mezclarlo con el sentido común, que suele fallar poco.
Así, llegamos de nuevo al cochecito, no sin antes pasar por un tramo inesperadamente difícil para la rodilla de Sandra (la de los ligamentos maltrechos), que está recuperando la fuerza a base de bien.
Dejo un enlace a las fotos que hicimos del parque y también el habitual para ver la ruta completa.
Emprendimos camino de vuelta con los habituales retenciones, pero tampoco demasiadas.
Después de la aventura, se nos ha hecho la hora de la merienda, sin haber comido, con lo que decidimos darnos un homenaje por Culver City.
Tras brujulear un poco por nuestro Downtown, vemos que el restaurante que habíamos pensado, el Fraiche (porque nos lo recomendó un paisano un día que queríamos comer una hamburguesa. Por ahí andará, en alguna entrada de blog pasada...) estaba cerrado, por lo que toca re-improvisar.
Tras pasar por delante de todos y analizar nuestros feelings, decidimos parar en un brasileño, llamado Libra, que le dió buen feeling a Sandra, en el que vimos desfilar una serie de piezas de carne que tenían muy buena pinta.
El resultado fue un éxito total, un poco carete, pero tampoco demasiado, teniendo en cuenta que era una barra libre de carne de excelente calidad, lo que se denomina un rodizio (concepto que yo desconocía hasta ese día, he de reconocer).
Con la barriga bien llena, y por tanto muy contentos, emprendimos el camino a casa, viendo en los bares la ceremonia de inauguración de las Olimpiadas que empezaban ese día y que pese a estar en diferido, aquí habían conseguido que pareciera puro directo.
Por cierto, a la vuelta, pasamos de nuevo por el Fraiche para ver porqué estaba cerrado, y de paso, cogimos un par de vasos que se habían dejado allí, abandonados en un mueble, para nuestros zumos matinales... Todavía no hemos perdido el espíritu español de "¡a casa, una piedra!"
"Cogimos" es "cogí" no confundamos o mejor no confundas ;-)
ResponderEliminarBueno, OK, cogiste. Yo que quería encubrir tu fechoría...
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