Tras una nueva semana sin escribir, aquí me encuentro, de nuevo, enfrentado a la pantalla del ordenador para seguir dejando constancia de nuestras vivencias a este lado y medio del charco.
La cosa se quedó en la desventura de Malibú del sábado 21 de julio, así que el domingo, nos lo tomamos con más calma, pretendiendo hacer planes más controlados.
Así que el domingo por la mañana lo dedicamos a hacer nuestros deportes locales y luego quedamos con una compañera japonesa de Sandra para, en teoría, tomar el aperitivo, que es un concepto muy laxo para Sandra y que por supuesto la japonesa (Mie, es su nombre) no entiende (a mí, de hecho me cuesta todavía entenderlo también).
El hecho es que quedamos con ella a una hora indeterminada en un sitio indeterminado de Culver City, y como llegamos antes, nosotros lo decidimos. En realidad, el que habíamos decidido estaba petado, y precisamente, un restaurante japonés de al lado, tenía sitio en la terracita. Decidimos tomarnos una cervecita allí, mientras esperábamos y cuando llegara Mie, como suponíamos que querría NO comer en un japonés, pues ya cambiábamos de sitio.
El hecho es que el japonés (de nombre Kaizuka), en cuestión estaba en la hora feliz (a eso de las 15:30) y las cervezas estaban a 2$, dato que a la postre resultaría clave. Así que mientras esperábamos a Mie pedimos un par de cervecitas y de acompañamiento, el descubrimiento que he tenido aquí de los japoneses, edamame. De hecho, fue este día cuando aprendí el nombre de estas megajudías verdes japonesas, que me encantan.
Al rato llegó Mie acompañada de otro chaval oriental que resultó ser su hermano y de cuyo nombre no me consigo acordar (y me da rabia, porque pasamos toda la tarde juntos).
Como los japoneses son de trato muy fácil, no tuvieron ningún inconveniente en el sitio y allí nos quedamos los cuatro, bebiendo Sapporo de barril a 2$. La verdad es que de esta tarde guardo muy buen recuerdo por varios motivos. El primero y principal, es que verdaderamente los dos hermanos nos cayeron muy bien, y aparte eran de lo más agradecidos; con cualquier idiotez que decíamos se partían de risa. La segunda es que el restaurante nos gustó mucho, con lo cual, como cogimos la hora feliz completa, estuvimos varias horas (hasta las 19:30 si no recuerdo mal), bebiendo cervecitas muy baratas (a precio de España), y comiendo edamame y algo de sushi. Nos echamos unas risas e hicimos propósito de repetir, ya que todos nos lo habíamos pasado muy bien.
Por otro lado, respecto al tema del inglés tuvimos sensaciones contrapuestas, ya que el hermano de Mie lleva varios años (tres creo que nos dijo) viviendo aquí y su nivel de inglés creemos que no era mejor que el nuestro, con lo que por un lado pensamos que qué guay que debemos saber mucho y por otro, que qué mal, porque... ¿cuántos millones de años hay que estar aquí para hablar bien?
En fin, que nos despedimos muy felizmente, con unas 10 cervecitas en el cuerpo y como era pronto para recogerse, hicimos una pasadita por nuestro Tattle Tale, esperando que no hubiera karaoke.
Nos tomamos un par de cervecitas más (ya sólo Sandra y yo) comentando lo bien que nos habían caído los japos y ya nos recogimos definitivamente, un poco chispas, para qué negarlo.
Como no era demasiado tarde, esa noche me animé a tratar de hacer una paellita para comer al día siguiente, ya que excepto el colorante, me había hecho con casi todos los ingredientes para hacer una al estilo valenciano.
Fin del domingo con un poco de TV, para no variar...
Como los japoneses son de trato muy fácil, no tuvieron ningún inconveniente en el sitio y allí nos quedamos los cuatro, bebiendo Sapporo de barril a 2$. La verdad es que de esta tarde guardo muy buen recuerdo por varios motivos. El primero y principal, es que verdaderamente los dos hermanos nos cayeron muy bien, y aparte eran de lo más agradecidos; con cualquier idiotez que decíamos se partían de risa. La segunda es que el restaurante nos gustó mucho, con lo cual, como cogimos la hora feliz completa, estuvimos varias horas (hasta las 19:30 si no recuerdo mal), bebiendo cervecitas muy baratas (a precio de España), y comiendo edamame y algo de sushi. Nos echamos unas risas e hicimos propósito de repetir, ya que todos nos lo habíamos pasado muy bien.
Por otro lado, respecto al tema del inglés tuvimos sensaciones contrapuestas, ya que el hermano de Mie lleva varios años (tres creo que nos dijo) viviendo aquí y su nivel de inglés creemos que no era mejor que el nuestro, con lo que por un lado pensamos que qué guay que debemos saber mucho y por otro, que qué mal, porque... ¿cuántos millones de años hay que estar aquí para hablar bien?
En fin, que nos despedimos muy felizmente, con unas 10 cervecitas en el cuerpo y como era pronto para recogerse, hicimos una pasadita por nuestro Tattle Tale, esperando que no hubiera karaoke.
Nos tomamos un par de cervecitas más (ya sólo Sandra y yo) comentando lo bien que nos habían caído los japos y ya nos recogimos definitivamente, un poco chispas, para qué negarlo.
Como no era demasiado tarde, esa noche me animé a tratar de hacer una paellita para comer al día siguiente, ya que excepto el colorante, me había hecho con casi todos los ingredientes para hacer una al estilo valenciano.
Fin del domingo con un poco de TV, para no variar...